Los procesos de transición de rol en personas transexuales son una serie de cambios progresivos encaminados a vivir de forma acorde al sexo sentido. Las encontramos de tipo íntimo, realizadas sólo hacia sí mismo o la familia (el reconocimiento, la manera de concebirse o nombrarse), a las más públicas: escuela, grupo de iguales, familia extensa, profesionales varios, administración…
Incluye aspectos de diversa índole: desde el nombre o el género del lenguaje que usamos, a la estética o la vestimenta. El último paso en esta transición sería el reconocimiento legal, que permite a la persona trans ser identificada a todos los niveles conforme a su sexo sentido.
Las acciones que se llevan a cabo en este proceso de transición, están guiadas por la necesidad de ser más o menos reconocidos como son, junto con el grado de exposición pública y de visibilidad que la persona y su entorno decidan asumir.
En cualquier caso, la transición supone con frecuencia el camino más deseable y natural para la persona transexual, ya que vivir de forma coherente a quienes somos es una aspiración universal de todo ser humano a cualquier edad.
Los estudios sobre menores que han sido apoyados en su identidad sentida y en sus procesos de transición realizados hasta el momento nos muestran que éstos presentan unos indicadores de salud mental muy similares a los de la población no trans en las mismas edades.
Se ha demostrado también que el reconocimiento que otorga la familia a la identidad expresada por la persona transexual tiene un gran impacto en su autoaceptación, y juega un papel fundamental en diversos indicadores de salud mental: autoestima, adecuada regulación emocional, protección contra el acoso y los abusos…
Por lo tanto, si el papel de la familia es clave en el desarrollo de sus hijos, en su adaptación positiva y en su capacidad de desenvolverse de manera saludable en la vida, parece que esto es aún más importante en el caso de los niños y las niñas transexuales.